El tiempo es uno de mis temas preferidos y probablemente sea el de 2/3 de la población mundial, sólo porque es uno de los fenómenos que nos roza a todos muy cerca. Ya oficialmente en Diciembre, comienzo a pensar en los propósitos que planteé a principio de año y que por supuesto, apenas releí esta semana. Entre aquellas palabras encontré muchas otras: pequeños textos con distintas fechas pero todos escritos entre las 4 y las 5 de la mañana. Frases repletas de adjetivos.
Es extraño pensar que sólo tengo un vago recuerdo de qué era lo que estaba pensando exactamente en ese instante, dato alarmante teniendo en cuenta que datan de un año atrás.
Son simplemente prófugas expresiones, se escaparon, se mudaron. Ellas han sido víctimas de mi maravillosa habilidad para desplazarlas. Porque lo que poco importa, fácil se olvida.
Sin embargo, ¿qué sucede cuando uno se da cuenta de que ha archivado recuerdos irreemplazables y claves en todos los cajones pero decidió desechar todos y cada uno de los que corresponden a un cajón en especial? Él está lleno de espejismos triviales, yo les di ese nombre.
Y los textos se quedaron, como aplacadas "canciones desesperadas", que aún hoy gritan desde el papel.