11.10.14

Lo que me enseñó crecer en ascensor (22 lecciones)

Por Sulejman en deviantART
¿Qué te enseñaron las experiencias de la niñez? Las calles de barro, los patios crecidos, las bicicletas inmortales. Yo me perdí  a todos esos maestros y crecí entre adoquines, imaginando que la cama cucheta era mi casa en el árbol. Pero vivir en las alturas de un séptimo piso también me enfrentó a una escuela obligada, intensa, diaria e incapaz de perdonar: el ascensor.

El ascensor me enseñó:

1. Que en el momento menos pensado podés quedarte entre dos pisos, sin poner los pies en tierra, a merced de los grandes.
2. Que viajar solo es para algunos un proceso, para otros una promesa y para los que restan un desvelo.
3. Que si parás en todos los pisos sólo vas a conseguir tardar más en llegar a donde siempre quisiste.
4. Que si otros se apuran y tocan el botón antes que vos, a veces no te va a quedar más remedio que hacerles caso y seguir la corriente.
5. Que si las emociones, las mochilas, los rencores y las bolsas quedan atravesados y son reconocidos por el detector de la puerta, nunca va a dejar que la cierres ni que abras la siguiente.
6. Que si vos no lo llamás no va a venir, si lo llamás apurado te va a ignorar y si lo llamás tranquilo te va a sorprender sereno y libre.
7. Que existen horas pico que dominan, algunas muertas y otras estratégicamente pensadas para recoger la basura.
8. Que podés estar muy cerca de alguien sin que tenga un significado que valga la pena recordar.
9. Que en todos los casos la mejor opción es mirar la botonera, excepto esa vez, en que tendría que haber sido diferente.
10. Que chocar las llaves entre los dedos llena silencios incómodos, te asegura terreno y distrae los nervios.
11. Que es el mejor lugar para hablar del clima, porque es el único en el que realmente no podemos experimentarlo.
12. Que existen vecinos que recuerdan datos eternos y vecinos con caras que no puedo recordar.
13. Que el día en que salgas en medias, ojotas y pantalón de moños te va a estar esperando para ignorarte con una mirada vacía, suficiente materia prima para reconstruir durante una semana.
14. Que primero entran los que llegaron primero, pero primero llegan los que corresponden.
15. Que subir con tres gatos y un perro es una declaración de principios.
16. Que tengo que esperar el siguiente si no quiero ir con vos.
17. Que mirar la puerta de entrada mientras esperamos que llegue el ascensor es casi como sentarse solo en la barra de un bar.
18. Que las puertas que otros no cierran te pueden hacer perder el tiempo.
19. Que accionar la alarma es lo último que hacemos.
20. Que el espejo te choca los cinco, te da un cachetazo antes de salir al mundo y te responde a la vuelta que fue real, que sos un fracaso, que sos ganador.
21. Que cuando las paredes son chicas y el aire escaso, tu voz se escucha más fuerte.
22. Que cuando no funciona, tenés otra opción: una que siempre está ahí cuando no hay luz y sabe que estás preparado para embarrarte, rodar por el pasto y subirte a la bicicleta.

Quizás fue la vida la que me enseñó, yo prefiero creer que fue el ascensor.

Agu Miglio.-

[De la serie: textos de que, de cuando]

22.5.14

Doble filo para los que conjeturan sin preguntar

De repente se dio cuenta de todo. El televisor marcaba el canal incorrecto, uno de los que forma parte de la seguidilla de señales fantasma de Cablevisión. Ubicó un plato en el microondas y las ondas electromagnéticas frieron una historia que hasta hace 5 minutos estaba desordenada.


Entonces supo cuándo fue que empezaste a pensar diferente.
Cuándo fue que se confundieron sus pasos con los tuyos.
Cuándo fue que te animaste a liberar palabras en terrenos desconocidos.
Cuándo fue que resurgieron los dichos.
Cuándo fue que las medialunas dejaron de ser sólo medialunas.
Cuándo fue que el tiempo empezó a transcurrir entre vistazos.
Cuándo fue que le ganaron las circunstancias.
Cuándo fue que te dejó un café pendiente.
Cuándo fue que la verdad cotidiana no alcanzó para decirte qué le sacaba el sueño.
Cuándo fue que te cansaste.

Cuando la confusión se transformó en espera. La espera en vacío. Este texto en testamento.
La noche en una montaña rusa inmensa.

Mientras sacaba el plato del microondas tuvo un momento de lucidez. Y muchas ganas de explicarte que valió la pena, que no quiso, que debería, que tenían.
Sólo entonces, recordó el negativo en blanco y negro de esta historia y supo ver que todo lo que había analizado tenía fundadas razones para ser diametralmente distinto. Porque siempre fue hábil inventando cuentos, repasando indicios a su manera y redactando razones para no dormir.

Entonces supo cuándo fue que sus pensamientos se volvieron comerciales: siempre iguales, pero con ese sabor a distinto que nos venden los canales de aire.
Cuándo fue que se chocaron, a las 10:45 porque se retrasó el colectivo anterior y no quedó otra opción.
Cuándo fue que una anécdota te transformó en superhéroe, frágil como la memoria.
Cuando fue que te enfocó, como un enigma de medio tiempo.

Cuándo fue que pasaste de un cortado a un ristretto sin saber por qué.
Cuándo fue que perdió cientos de horas intentando averiguarlo.
Cuándo fue que le ganaron los sueños despiertos.
Cuándo fue que perdió una oportunidad.
Cuándo fue que hablaron sobre lluvias, calles y muebles, evitando todo lo importante, quedando tan lejos de su esencia que hasta hizo frío.
Cuándo fue que la ignoró.

Volvió al principio. Donde las casualidades sí existen. Y los textos son anónimos.
Como este.

Se entregó a la dramática locura del que conjetura para no preguntar.

Agu Miglio.-

[De la serie: textos de que, de cuando]

10.2.14

Marea y rescata.

Imaginar es poderoso. Por eso, cada vez que apagamos las luces y dejamos la música sonando antes de irnos a dormir, tenemos que tener mucho cuidado al empezar a tejer historias en el techo. 

Nadie va a espiarte las retinas, a escuchar las frases que no pronuncies ni a adivinar las escenografías, los guiones y los viajes que se dibujen entre el ventilador y la rendija de luz que llega directo desde el negocio de alfombras de la esquina y se filtra a través de la persiana, reflejando de forma perpendicular en la pintura amarilla.

Pero tenés que aprender a vivir con esas nebulosas que creaste. Tenés que acostumbrarte a que te envuelvan mientras bajás la escalera, a que se lleven tu sentido de la orientación en el instante en que te sentís ahogado en el colectivo, a que te sorprendan sonriendo en pleno Centro con los instintos en blanco. A que te mareen y te rescaten.

Todos tenemos nuestra nebulosa preferida, sólo que esta noche tuve miedo de invocarla.
Se volvió tan mágica, tan alocadamente posible, tan lejana y tan necesaria, que duele.

Agu Miglio.-

[
Descubriendo la cotidianidad.
Reflejando
su magia en cada trazo.
El
arte color vainilla. ]