Te alejás más y se me escapa entre las manos como el agua. Pondría cientos de baldes, vasos, tazas y dedales para detener la tragedia. Pero mis palabras están repletas de ranuras, plagadas de pequeñísimos poros incapaces de contener los sonidos, los trazos, las horas. Así fue como los silencios vaciaron los cajones, despejaron el escritorio, guardaron dos tazas apiladas en el fondo de la alacena, cancelaron el contrato de alquiler que figuraba en la etiqueta de la almohada, enmudecieron la pared del pasillo, cambiaron las frecuencias personalizadas de la radio y dejaron la llave en la repisa. Se disculparon con ella, ya que vendrían temporadas de encierro: perder su dueño fue perder su libertad. Una potencial nota en la cocina prefirió teñirse de blanco. Un sonido agudo invadió los tímpanos, como años atrás, cuando nos deslizábamos hasta tocar el fondo de la pileta y sentíamos el chirrido en las profundidades, que nos recordaba que éramos humanos, tan reales y ajenos.
Así, el agua terminó de caer. Apenas las paredes del departamento parecieron ampliarse, dolió la garganta.